
En la imagen pueden ver una hamburguesa de carne artificial. O como a mí me gusta llamarla, una "Lab-Burger". Se producirá en depósitos bioreactores de acero inoxidable, cultivando artificialmente metros cúbicos de tejido muscular de una forma limpia y económica. Sin enfermedades, sin contaminación, sin granjas, sin granjeros, sin pastos, sin campo, sin sufrimiento animal. En esencia, carne sin animales. Más adelante en los lineales del supermercado podremos escojer el pack etiquetado con el porcentaje de colesterol deseado. Supongo que vendrá envasado al vacio pero con forma de filetes, aunque solo fuera por hacerle un guiño a la nostalgia. Y aún más adelante, con forma de costillitas. Los auténticos gourmets exigirán que el hueso sea de cerámica china. Para el gran consumo se apañará con polímeros, como los dientes del cliente. Marx volverá a decir "te lo dije": Seremos lo que comamos.
Piensen en el trigo, en el jodido trigo y su jodido precio. Con los tiempos que corren no es una reflexión ociosa. Esta mañana he oído en la radio que se necesitan ocho kilos de trigo para producir un kilo de carne. A la vieja usanza, quiero decir, con establos y todo esa antigua parafernalia.
Ya lo sé, suena chungo esto de la nueva chichi. No ha faltado quien advirtiera de los conflictos morales que acarreará introducir este producto en el mercado. A esos reparos replican los defensores del solomillo sintético: "¿Hacer yogur es más natural? ¿Inocular antibióticos a cien mil pollos enjaulados es menos artificial?". Visto así...
No sé, no sé. Me resulta inevitable pensar en las vacas locas, pero no dudaría en incarle el diente a esta hamburguesa el día que esté disponible. Curiosidad, sobre todo. Sin embargo, creo que siempre me lastrará la vieja costumbre de comer cosas que hayan tenido la decencia de haber estado previamente vivas. Por otra parte, ¿cuando muere esa ostra fresca que me zampo sin masticar? ¿Me pregunto acaso cuanta vida tiene ese gramo de sal maldón?
En la novela de ciencia-ficción de George R.R. Martin, Los viajes de Tuff, el protagonista trata de solventar la hambruna de un planeta sobrepoblado "hasta el infinito y más allá" con este invento de la carne cultivada en bioreactor y otros, no menos sorprendentes. Un circulo vicioso, pero Tuff no se engaña, tiene bien claro que su único logro es prorrogar lo inevitable. El auténtico conflicto moral no es de dónde sale la chichi. Pocas cosas son tan espinosas como el cascabel demográfico que precisa el gato.
Los viajes de Tuff. Muy recomendable su lectura, siempre a caballo entre la diversión y la tragedia. Como la vida misma.